¡Ay, Palillo!

Cuando llegó a Nueva York lo primero que hizo Juan Manuel de los Santos (apodado Palillo por los tígueres del barrio Vietnam) fue tirarse una foto al lado de un carro Mercedes Benz y decirle a su familia que eso era lo que había comprado con su primer pago.

Y es que, queridos negritos, Palillo sabe que el dominicano vive del fantasmeo. De acuerdo a sus declaraciones, no encontraba la manera de decir que el mundo ideal que pintan los viajeros no es tal y que los gringos son más desabríos que el diablo.
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Foto: fotosyfondos.com

Nuestro héroe sabía que para mantener su reputación tenía que aparentar y fingir que todo estaba bien. A su madre tenía que decirle que estaba comiendo bien, aunque en el día entero solo comiera un McDonald y un vaso de refresco.

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A sus amigos tenía que decirles que sí, que fueran a buscar la visa, aunque por dentro se sintiera horrible por querer arrastrar a su miseria a los muchachos con los que había crecido y con los que pasó tan buenos ratos jugando dominó debajo de una mata de mango.

Ustedes se preguntarán, porqué nuestro protagonista no dejaba todo atrás y regresaba a su patria a comer sancocho y el arroz con chuleta y aguacate que tanto le gustaba. Para Palillo eso habría significado rendirse y él no era un perdedor.

Había intentado tres veces irse en yola para Puerto Rico, y la última llegó a pasar dos meses en San Juan después de haber vencido un “peligroso recorrido de 130 kilómetros de mar repleto de tiburones”.

Ahora estaba en Nueva York ilegal, con los papeles de un primo que acostumbraba a hacer ese tipo de negocios. Volver para Azua era, a los ojos de Palillo, volver al infierno.

Por eso la sonrisa de Palillo era fingida en todas las fotos. Con el tiempo se convirtió en una mueca frizada y sin vida, pero nunca dejó de aparentar porque después de todo ese era su deber.

Texto publicado en Ventana, Listin Diario: ​ ¡Ay, Palillo!