Y es que, queridos negritos, a la hija de Doña Miminga le ha dado por dejarse un pajón de todo el tamaño y su madre teme que los hombres piensen que es una loca y que no se baña.
Nuestra protagonista no entiende cómo su hija, que acudía religiosamente al salón a ‘estericarse’ los cabellos cada semana, ahora dice que no vuelve a alisarse y que ella “ama su pajón”.
—Nadie le va a hacer caso así, ¿qué hombre quiere una mujer que no se peine?— le responde su comadre.
Por ese temor Doña Miminga prende todos los días un velón al Santo y, con lágrimas en los ojos, recita: “¡Oh bendito San Antonio!, El más glorioso de los santos, el más admirable de todos los santos, él más gentil entre todos los santos, tu amor por Dios, tu caridad por sus criaturas y tu afán por auxiliar a todos te hicieron merecedor, cuando estabas aquí en la tierra, del don de los poderes milagrosos”.
Entre Padrenuestros, Ave Marías y Glorias, esta madre sigue: “Te imploro obtengas para mí que mi hija deje de usar el pajón y que se case. La respuesta a mi rezo en tus manos te la dejo, puede que requiera un milagro, pero tú eres el Santo de los milagros y en ti confío y espero”.
Amén.
Texto publicado en Ventana, Listín Diario: ¡Ay, San Antonio¡