¡Ay, San Antonio!

 

Todos los días Mayra Altagracia Castillo (conocida como Doña Miminga por la gente del barrio) le prende una vela a San Antonio de Padua para que su hija, que casi está llegando a los 30 años, pueda encontrar un marido.

Y es que, queridos negritos, a la hija de Doña Miminga le ha dado por dejarse un pajón de todo el tamaño y su madre teme que los hombres piensen que es una loca y que no se baña.


Nuestra protagonista no entiende cómo su hija, que acudía religiosamente al salón a ‘estericarse’ los cabellos cada semana, ahora dice que no vuelve a alisarse y que ella “ama su pajón”.

 

—Esas son cosas de la juventud—, le dijeron sus amigas de parroquia. “Son cosas de la juventud”, repitió Doña Miminga, pero pensó que su hija el año que viene cumplirá 30 y ya rebasó la edad de casamiento.
—Temo que se me quede jamona—, comenta esta madre preocupada a una de sus vecinas. 

—Nadie le va a hacer caso así, ¿qué hombre quiere una mujer que no se peine?— le responde su comadre.

 

Por ese temor Doña Miminga prende todos los días un velón al Santo y, con lágrimas en los ojos, recita: “¡Oh bendito San Antonio!, El más glorioso de los santos, el más admirable de todos los santos, él más gentil entre todos los santos, tu amor por Dios, tu caridad por sus criaturas y tu afán por auxiliar a todos te hicieron merecedor, cuando estabas aquí en la tierra, del don de los poderes milagrosos”.

 

Entre Padrenuestros, Ave Marías  y Glorias, esta madre sigue: “Te imploro obtengas para mí que mi hija deje de usar el pajón y que se case.  La respuesta a mi rezo en tus manos te la dejo, puede que requiera un milagro, pero tú eres el Santo de los milagros y en ti confío y espero”.



Amén.

 

 

Texto publicado en Ventana, Listín Diario¡Ay, San Antonio¡