El padre de la hija de La Shorty, ya no le quiere decir “esposo”, es un cuarentón y vive con nuestra protagonista desde que ella tenía 13 años.
La mamá de La Shorty no dijo nada porque con ella pasó lo mismo.
La abuela de La Shorty no dijo nada porque con ella pasó lo mismo.
Los hermanos de La Shorty esperan algún día conseguirse una menorcita porque, según dicen, son más mansas y no tienen tantas malas mañas.
El papá de La Shorty hace tiempo que les abandonó.
Mientras tanto, ella sigue sus viajes a la Fiscalía con la esperanza de que quizás, algún día, le resuelvan.
Lo que no sabe es que por más que vaya o por más que espere que, una vez separados, el papá de su hija le deje la lavadora, la estufa y la neverita, lo único que conseguirá es que el fiscal a cargo le diga que solo le toca la camita sándwich. Al final de todo, ningún magistrado quiere problemas con un prometedor capo de la droga.