El Cachúa

Desde la acera, el niño observa con atención el enfrentamiento entre el cachúa y el civil. La lucha que forma parte del Carnaval Cimarrón acontece al final de Semana Santa, en el municipio de Cabral, mientras sus compañeritos vocean a todo pulmón: 

 

—¡Júa, júa, júa e’! — 

 

—¡Lo mataron por calié! — 

 

El niño no se une al alegre coro. Los brillantes colores del traje del cachúa deslumbran su mirada. Un mameluco con alas que, al desplegarse, asemejan un murciélago.

 

Sus enormes cachos y la colorida e impresionante cabellera de papel crepé que ondea con gracia en el viento. El fuete de cabuya trenzada se ve imponente en la mano del cachúa. Le da autoridad. 

 

Lo hace ver más fuerte. 

De repente todos se mueven. Llega la hora de salir hacia el cementerio de Cabral para honrar a los cachúas fallecidos y quemar al Judas. Larga tradición que recuerda a los antepasados, como ritual entre la vida y la muerte.

 

 

—¡Júa, júa, júa e’! — 

 

—¡Lo mataron por calié! —

 

Desde el cementerio, el niño cierra los ojos y en un momento mágico escucha los repiques de los fuetes de cientos de cachúas encima de las tumbas produciendo un sonido semejante a un disparo. ¡Bang!

 

Un extraordinario espectáculo en homenaje a las cachúas fallecidas, justo como lo hicieron su abuelo y luego su padre antes de partir al cielo.

 

Con los ojos inundados por las lágrimas, el niño observa como el humo de un ardiente Judas de paja sube hasta el cielo preñado de naranja.

Texto publicado en Ventana, Listín Diario
El Cachúa