Después de todo lo que brindó, de todo lo que regaló, es poco lo que queda de sus días de gloria. De cuando llegaba al barrio en su Hummer y empezaba a lanzar papeletas de un dólar a los muchachitos que lo veían como a un héroe; de sus camisas a la última moda, todo eso se esfumó.
“A Yunito le echaron mal de ojo”, dicen las malas lenguas, “lo azararon y ya no va pa’ parte”; “Guayyyyyyyyy, mi muchacho ahora sí que nos fuñimos”, gritaba la madre de Yunito loca de dolor porque sus sueños de tener su casita propia y dejar de recoger basura en Duquesa se perdían con el brazo derecho de su niño.
Las visitas al brujo de confianza, para que le quitara la mala suerte a su hijito acabaron con el poco dinero que le quedaba a su madre; la Yuyi, novia de Yunito, ni siquiera lo fue a ver al hospital cuando lo del accidente. “Te chapiaron manito, yo te lo decía que esa mujer no taba en ti y que solo te quería por tu dinero” le decía el único amigo que le quedó.
“El pobre Yunito quedó medio loco”, lamenta el colmadero que con el accidente de nuestro heróe ya no tendría a quién venderle las cajas de cerverza. “Aquí vieneeeee, el grandioso, el número unoooo: Yunito el Grandeee, desde Villa Maríaaa”, grita nuestro jugador a un público imaginario. “Aquí vieneeeee, el grandioso, el número unoooo: Yunito el Grandeee, desde Villa Maríaaa”, repite el pobre Yunito mientras deambula por las calles y hace swings en el aire.
Texto original: Eso fue mal de ojo…