¡Gloria a Dios!

Altagracia Mota Ramírez (conocida en su barrio como Doña Ta) viaja todos los domingos a la cárcel de La Victoria. A pesar de que para llegar tiene que tomar dos guaguas, un carrito de concho y un motor, las dificultades que pasa (considerando que es una mujer que ronda los 80 años, pero que jura que tiene 65) no son nada ante la satisfacción y alegría que siente al ver a sus tres hijos (todos reclusos del penal).
Y es que, queridos negritos, Doña Ta solo conoció el sueño y el buen dormir cuando apresaron, de un solo golpe, a sus tres vástagos. De acuerdo a las palabras de nuestra protagonista, sus hijos “están vivos de milagro, porque dicen que de tantos atracos que habían hecho ya los tenían chequeados.”, Incluso, según rumores, ya había una orden de “darles para abajo a los malditos delincuentes”, pero los ruegos de Doña Ta a un Coronel que cuidó desde bebé ayudaron a que los “angelitos” encontraran mejor vida en la prisión.
Por eso, desde que supo que habían apresado a sus hijos Doña Ta se arrodilló y dio las gracias al Padre Todopoderoso; de sus ojos salieron lágrimas, abundantes, pero esta vez no eran amargas, le sabían a felicidad.

Texto original:
¡Gloria a Dios!