Ya se imaginan, queridos negritos, el caos que existía en la casa de La Yoka. Hija de una madre que la tuvo a los 15 años, se vio obligada a criar a todos sus hermanitos. Todavía nuestra protagonista cuenta que cada vez que su mamá daba a luz, las lágrimas corrían por su rostro de niña porque sabía que el nuevo bebé sería otra responsabilidad para ella.
Los otros intentos también fueron vanos. Simple y llanamente, nuestra Yoka “había nacido con la sal encima”.
Con siete niños que atender no podía concentrarse en hacer tareas o en aprender que Juan Pablo Duarte era el Padre de la Patria o que seis más seis son doce. Los llantos, las peleas, el hambre, la impotencia y el rencor, hacían que cada vez que abría un libro las letras escaparan como queriendo salir que aquel infierno en que se encontraba nuestra Yoka.
A la Yoka la vida le pasó de largo y le cobró factura. Porque en el barrio Ven a ver no hay finales felices, como en los cuentos de hadas; porque nuestra Yoka era otra pobre más; porque formaba parte de las cientos de niñas que como ella estaban condenadas a vivir jodidas...
Texto original:
http://www.listindiario.com/ventana/2014/7/4/328613/Mala-vida